domingo, 31 de octubre de 2010

Nudo

Ayer la vio, y comprobó que estaba bien sin él. Sonreía dulcemente. Y, aunque sabía que eso era lo mejor, no pudo evitar el nudo en el estómago.

lunes, 25 de octubre de 2010

Concretar

Madre, estoy cansado de no cansarme – le dijo, en tono a la vez zumbón y triste.*

Otra vez, como no hacía mucho, volvió a renunciar. Pero en esta ocasión, el abandono fue, casi, antes de empezar. Siempre encontraba una razón que lo dejaba satisfecho. Al mismo tiempo, en una especie de formación sedimentosa, cada alejamiento le dejaba un tinte amargo. Así, luego de que perdiera la cuenta de las veces que había dejado las cosas por la mitad, el sentimiento negativo se hizo llamativa e inquietantemente grande.

Que vaya a hacer terapia le habían dicho. Si, lo hizo un par de veces. Pero entonces, sus prejuicios y sus juicios acerca de la estupidez de la doctora terminaron por quitarle el momentáneo entusiasmo.

Hablar, con quien hablar. Se sentía sólo en estas cosas. Sus amigos, compañeros irremplazables a la hora de reír y emborracharse no lo comprenderían. Al menos eso es lo que él pensaba. Varias veces había compartido su pensar con ellos pero no creyó encontrar la respuesta esperada. También esto era un tema de debate interno, quizás se pensaba superior a los demás sin motivo alguno.

¿Qué había hecho él para ser considerado mejor a otros? ¿Acaso leer algunos libros y dársela de librepensador le había servido alguna vez para algo? Por las noches, cuando pensaba y monologaba en silencio, se preguntaba por qué ningún trabajo le gustaba ¿Era realmente un vago? Quería creer que no y que el problema pasaba por otro lado. Tal vez estaba buscando el trabajo perfecto, ese que, internamente, sabía que no existía.

Yo elegí ser filósofo porque no me gusta el trabajo físico le dijo una vez un pariente que había muerto cuando él era un niño. Algo que lamentaba profundamente ahora que tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas.

¿Aprender guitarra? ¿Volver a hacer radio? ¿Mejorar el inglés? Todas esas actividades, de a una por vez, rondaban por su mente e incluso contaban con cierto y repentino entusiasmo. En seguida, el brote de excitación se veía sofocado. ¿Para qué empezar si se que lo voy a dejar al poco tiempo, para qué exponerme a una nueva frustración? repetía cada una de las veces.

Demasiadas preguntas y demasiados peros vio en su mente y se le ocurrió que ese podría ser la razón por la cual nunca hacía nada.

Te contestaré que no hay nada perdido, absolutamente nada. Lo único que te ocurre es que no concretas.*

* Un hombre, J. M. Gironella

lunes, 18 de octubre de 2010

Soliloquio de un mediocre

Que lindo es perder por poco. O por culpa de otro. Que enormemente reconfortante es la excusa. Que sabroso es el "casi lo logramos". Ese partido, contra ese equipo. Se perdió, pero por poco. Ah, que buena materia prima para el fracasado. Ese que irá, eternamente, contando y agrandando la leyenda. Porque yo, pendejo, cuando tenía tu edad casi lo logro, va a decir y siempre con una excusa nueva para terminar la frase. Que el clima, que el arbitro, que la preparación. Y así por siempre, para no reconocer, que en el fondo, fue toda su vida un cagón.

Todo eso pensó antes de dormir.

jueves, 14 de octubre de 2010

Revolución Suspendida

La noche encontraba a Salvador tranquilo en un bar del centro. Eran las 3 a.m. y la cosa venía bastante tranquila. En eso un amigo le presenta a una amiga. Cuando se ponen a hablar, ella le cuenta que le gusta la política y no se qué más.

- Ah si, que bueno ¿qué estudias?

Le dijo que estudiaba Ciencias de la Educación en la Universidad Católica. En ese momento el trosko-leninista(?) que hay en él se despertó y empezó con un pequeño pero no menos efectivo “facho test”.

Sus respuestas eran desopilantes, sin (?). “Yo soy de clase media alta así que no puedo promover la revolución(!)” o “El Estado me estafa” le estaban haciendo explotar el detector de bigotes.

Salva se predispuso para el adoctrinamiento, aunque, obviamente, sin perder de vista el objetivo final. Porque como le dijo un amigo, peronistas y pitoduros somos todos (?).

De todos modos, no pasaron más de 5 minutos cuando le espetó el catastrófico “tengo que ir al baño”. Se quedó solo. Fue ahí cuando recordó a @jorgealtamira, suspendió la revolución y fue a buscar un Fernet.

sábado, 9 de octubre de 2010

Día II

Soledad era independencia (…) Era fría, es cierto pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande…

H.H. El Lobo Estepario

Salvador, que estaba leyendo un poco mientras esperaba la comida, había decidido ir a ver a su hermano. Esa noche tocaba en un lugar pequeño, cerca de su casa. Había hablado con alguien para ver si iban juntos pero éste había dicho que no, que tenía cosas que hacer. Iba solo.

Mientras terminaba el artículo, sobre temas políticos, nada nuevo, llegó su vaso de cerveza y su comida. No le duró demasiado. No es que lo devoró, sino que la porción no era muy generosa. Se levantó y dio el último sorbo de cerveza.

Se cerró la campera y caminó las pocas cuadras que le faltaban para llegar al lugar. Cuando entró, el espacio le pareció demasiado chico. Estaba empezando una banda que no conocía y que no le gustó. En ese momento se sintió raro. Todo el mundo disfrutaba de algo que a él lo aturdía.

Salvador siempre había estado relacionado con el mundo de la música. Sus hermanos tocaban diferentes instrumentos desde chicos. El sólo escuchaba, todo el día, un poco de todo. Pero a veces, cuando estaba frente a algo extraño, como esa banda, no lo terminaba de comprender.

“Estos pibes ven arte, donde yo no la puedo ni siquiera imaginar” le había comentado un amigo un par de días antes. Y era así. Salvador, en cambio, era de gustos más sencillos. No rústicos, sino más sencillos.

Antes, intentaba posturas. Pretendía que le gustaban cosas que ni siquiera comprendía. Lo intentaba, muchas veces de forma sincera. Ya no.

Y ahí, en el medio de toda esa gente, que bailaba y aplaudía, él con las manos en los bolsillos de su campera de marca, se sintió sólo. Y ojo, le gustó.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Día I

Salvador se había levantado temprano. Va en realidad el despertador había sonado temprano. El salir de la cama le había llevado algo de tiempo. Se bañó, se vistió rápido y se fue a preparar un café. Mientras tanto, ya estaba arrancando la computadora. Reviso los mails y sigo, pensó. Batió el café y leyó su casilla: te espero a las 10.30 hs. Miró el reloj y vio que le quedaba un rato de tiempo. Fue hasta su cuarto y buscó El Lobo Estepario. Lo había ojeado un poco y se le ocurrió que podía ser un buen momento para arrancarlo.

Un rato más tarde, tipo 9.30 salió de la casa para ir a tomarse el colectivo. Caminó dos cuadras y se paró contra un árbol a esperar que llegue. Sacó su libro y mientras lo sostenía abajo del brazo se calzó los auriculares y prendió el reproductor. No le costó demasiado elegir el tema. Siempre creyó que había determinada música para cada libro, por eso cuando estaba por empezar uno nuevo se tomaba un rato para ver qué artista o lista elegir. Esta vez había sido una de Pearl Jam y Eddie Vedder, nada original pero acorde se dijo.

Cuando llegó a lo de Mario, éste estaba preparando los mates. Llegaste justo, le comentó la abuela mientras le abría la puerta.

Salvador pasó y se sentó a esperarlo. No se demoró nada. Venía con el mate en una mano y el termo en la otra. El saludo, efusivo, como siempre.

Charlaron un poco.

- Eh loco, estás a full con los libros – dijo Mario.

Se quedó con esa frase. Luego hablaron de todo un poco, comieron y miraron la tele.

Era cierto, desde que había dejado el laburo, la lectura era un hábito retomado y eso lo reconfortaba.

Salió de la casa, mucho rato después. Prendió su música y retomo el libro una vez arriba del colectivo. Con una sonrisa, todo el viaje.


My shadow runs with me

underneath the Big Wide Sun

My shadow comes with me

as we leave it all

we leave it all Far Behind

viernes, 1 de octubre de 2010

Principio periodístico

Cristian Alarcón

Hace un par de semanas, quizás tres llegó a mis manos el libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Historia de los pibes chorros. La investigación, escrita en forma de crónica –podría encuadrarse en el género Non Fiction novel- es el resultado de una invetigación de años. Durante ese tiempo, el autor se sumerge en las villas del GBA y traba relación con la gente de allí, especialmente con los que se dedican al robo.

Cuando me muera… es decididamente bueno. Tanto que cuando lo terminé compré Si me querés quereme Transa, una especie de continuación. Esta vez, el contexto es parecido pero la historia se basa en la vida de los narcos.

Esto viene a cuento porque en los dos libros, el narrador fija su postura y explica por qué les cambia los nombres a los protagonistas y modifica las direcciones dónde suceden las historias.

Dice Cristian Alarcón antes de comenzar el relato:

“Si bien este libro es el resultado de una investigación periodística, el autor no se propone colaborar con el trabajo del Poder Judicial ni la policía. Los nombres de los protagonistas de esta historia han sido cambiados con el firme propósito de no perjudicarlos. Los lugares y las coordenadas de tiempo y espacio fueron modificados u omitidos. Las identidades de los testigos de los crímenes han sido protegidas: en algunos casos se ha descompuesto a una persona en dos o más seudónimos, o sumado a dos personas en uno solo”

Y más adelante, ya en el medio de sus crónicas, como si fuera una continuación de aquello:

“Debí prometerle lealtad: no revelar nombres reales; no darle al enemigo información que lo pueda perjudicar, evitar que la verdad que él cuenta sobre su vida termine sirviendo como prueba en un juicio. Desprecia a la policía y a la Justicia. Debo jurar que nunca, jamás, testificaré en su contra. Estoy de acuerdo. En mi ética, la mayor virtud está en la verdad. La verdad está lejos de las comisarías y de los tribunales. La verdad está en la calle”.

Fijate, son decisiones (?)


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