jueves, 25 de agosto de 2011

Off the record

Recién cuando volvió de la maquina de sacar café se dio cuenta de que no había nadie en la redacción. Era temprano y solamente se escuchaba el segundero del reloj que, como había dicho el jefe, “siempre está 5 minutos adelantados”. Pensó por un segundo en ir a arreglar el desajuste pero había que subirse a una silla y, la verdad, tampoco era para tanto.

Apoyó el vaso al lado del teclado justo cuando le estaba empezando a quemando los dedos. Antes de sentarse prendió la computadora y fue a buscar uno de los diarios del día. Empezó por la deportiva, como hacía cuando era un chico y su atención se concentraba en un solo equipo de fútbol. Se acordó entonces de su casa y, sobre todo, de su cama. Miró el reloj que todavía corría con paciencia, seguía siendo temprano y el margen de tiempo era grande.

Tomó un poco de café y repasó algunas noticias. “Una terrible boludez”, pensó cuando terminó de leer la editorial de ese día. Siguió pasando las hojas hasta que llegó a una en la que se leían los resultados de las carreras de caballo. Siempre se sorprendía por la cantidad de espacio que tenían esos números que para él no significaban absolutamente nada. Supuso que el negocio de los burros debía mover mucha plata y que por eso debería probar suerte ahí.

La computadora ya estaba prendida hacía rato y él seguía revisando papeles casi sin mirarla. Buscó la libreta en la que había anotado el día anterior mientras hablaba por teléfono con una persona importante. “No vayas a poner mi nombre”, le había dicho, cuatro veces. Las contó para no olvidarse.

Terminó el café de un sorbo. Estaba frío y eso le hizo recordar el paso del tiempo. Volvió a mirar el reloj y se puso a trabajar. Un rato antes había llegado el jefe. “Que enano pelotudo”, se dijo sonriendo.

Puso algo de música aprovechando que estaba solo y empezó a copiar algunas de las notas. Buscó el teléfono que estaba abajo del diario y empezó a marcar. Lo atendieron y, luego de la ceremonia de presentación le dijeron que llame a otro número. Le dieron un nombre y todo. Cortó y volvió a escribir. Subió la música, guardó el archivo y salió a limpiar el mate y a buscar agua. En la puerta se cruzó con Abel, el de las computadoras. “Haber si pasas a limpiar esa cosa”, le dijo mientras lo saludaba. Era un chiste, claro, pero también era cierto que esa cosa estaba andando para la mierda.

Cuando entró a la redacción vio que Nico estaba sentado leyendo el diario. “¿Y, devaluamos o no devaluamos?”. Nico era economista, algo casi tan lejano para él como la música clásica o el movimiento vanguardista de los años 20.

Compartieron unos mates y cada uno se metió en lo suyo. Mientras Nico leía la cablera, él se puso a discar en ese teléfono que nunca le resolvía nada. Diez llamadas, contó, sin mayor respuesta que disculpe, debería llamar a tal número. Cayó en la cuenta que sin, por lo menos, una segunda voz su nota se caía. Cambió la música y tomó un mate.

La redacción estaba casi llena. Solo faltaba Diego. “Este jujeño no puede ser más hijo de puta”, le dijo a Nico que le dio la razón y le pidió un mate.

Estaba con la mitad de la nota y la imposibilidad de citar la fuente. “Esto no va acanzar”. En eso vinieron sus compañeros de sección a ver como iba su trabajo. Todos tenían resuelta su nota y no quería ser él quien retrase todo. Justo él que siempre se jactaba de poder trabajar mejor bajo presión que sin ella.

Le pegó una mirada al reloj por decimoquinta vez y le pareció que ahora sí se tenía que poner a laburar. Otra vez el teléfono, cuatro, cinco, seis llamados. Nada.

“¿Y si cito la fuente?”. Sabía que lo que estaba por hacer estaba mal pero no tenía demasiadas salidas. El jefe había empezado a dar vueltas y sus compañeros ya casi habían terminado. La posibilidad de no entregar nada no existía. No podía dejar a pata a sus compañeros.

“Las cito y después vemos”, se dijo y escribió la nota casi de un tirón. La terminó con todos sus compañeros en la espalda apurándolo. No se enojó porque en ninguno de ellos había mala intención. Entregaron con un poco de demora pero entregaron al fin.

Sabía que se había mandado una cagada. Cuatro veces su entrevistado le pidió reserva y a él, que le había dicho que no se preocupara, no le importó. Se quedó pensando en ello un rato. Un poco de presión y chau a cualquier promesa de confidencialidad.

“No te preocupes, si sabes que esto no se publica”, le dijo Caro. Tenía razón pero igual se quedó con la idea en la cabeza.

“Ya fue, vamos a tomar una cerveza”, le dijo Nico. Y eso fue casi lo último que recordó Salvador de aquel día en el que terminó con una borrachera desproporcionada.

sábado, 9 de julio de 2011

Volver a las raíces

“Mientras apoyo el libro de Kapuscinski en la mesa y mojo una medialuna en el café pienso algunas cosas. Ideas que se amontonan y que ahora intentan ser un texto más o menos coherente. Recuerdo algunas cosas y veo notas enteras que jamás serán excritas. Historias y anécdotas que seguramente en algún momento estuvieron en el lugar que ahora están estas líneas. Ese lugar es el de “próximo a ser escrito”. Ese espacio es confortable pero peligroso porque después de un tiempo deja escapar algunas cosas hasta que sólo queda una vaga y tonta línea que no merece ser escrita. Así han pasado al olvido interminables ensayos, novelas apasionantes y crónicas de todos colores.

Pero hoy es disntino, pienso. Quizás llegó el momento de volver a escribir, aunque más no sea para mantener la pluma caliente como solían decir los viejos profesores, hoy reemplazados por los gurues y los periodistas de escritorio.

Han pasado ya varios meses de que me instale en la Capital. Han pasado personajes, disfraces y máscaras que sólo sirvieron como camino para volver a las raíces. Esquivarle a la nostalgia siempre es un acto reflejo, pero cómo hacerlo es una cuestión de difícil resolución. Creo que retomar Kapuscinski es una forma de hacerlo. Él, creo, me devuelve a ese lugar donde me siento cómodo. A la relación con mi viejo, a mi casa, al café en la cocina con mi perro dando vueltas alrededor.

Es sábado pero el sentimiento es extremadamente dominguero. Quizás por eso escribo, para escapar a la soledad, a esa que acecha hace tiempo y a la que de a poco le voy haciendo un lugar”.

Todo eso pensó Salvador antes de dormirse.

domingo, 15 de mayo de 2011

Un mañana cualquiera

Ese día en el café no había nada especial, ni siquiera estaba la moza que tanto le gustaba. Se entretenía pensándose como a uno de esos marineros que tienen una mujer en cada puerto, y por eso siempre se fijaba en una por cada lugar que frecuentaba. Claro que sus aspiraciones eran enormemente más pequeñas, lo cual se debía a dos cosas. La primera es que sus "puertos" no eran más que algunos rincones de la ciudad, por lo general chicos y silenciosos. Y segundo por que él, a diferencia de ese marinero rudo y fuerte, nunca se hubiese atrevido a decirle a ninguna, ni tan siquiera, que la miraba de una forma diferente al resto.


martes, 22 de febrero de 2011

Café cortado

Había salido de la oficina hacía un rato y después de caminar sin mucho sentido se sentó en un café que le pareció desconocido. En el lugar había unas pocas mesas y eligió, como de costumbre, una contra la pared alejada de la ventana. De camino a la mesa agarró el diario y repasó los títulos mientras se acomodaba en la silla. “Nada nuevo” pensó al principio, hasta que vio una nota que le llamó la atención. El diario necesitaba cubrir una conflicto armado (es decir, una guerra) del otro lado del mapa y para ello solicitaba que se presentasen aspirantes para la misión. Cronistas y fotógrafos detallaba el texto. Antes de seguir con sus pensamientos, hizo un alto y pidio un cortado. “No, nada más” le dijo al mozo cuando éste le ofreció medialunas o algo para engañar el estómago.

De un segundo a otro volvió sobre lo que había leído y recordó que, hacía mucho, él había querido ser periodista de gruerra. Cronista de Guerra, si, ese era el título que el mismo se daba cuando todavía era joven y sus sueños eran más ambiciosos que ahora. Hasta una carta mandó en su momento. Si, veintipico tenía cuando deseaba eso, un casco, una lapicera y un grabador. Quizás una cámara, pero no era necesaria porque, para él, las palabras siempre fueron mejores.

El café, el agua y el cenicero. Todo junto le llevó el mozo, y otra vez lo sacó de sus pensamientos.

Cuando retomó, las dos ideas hicieron contacto por primera vez. “¿Si me presento? ¿Si largo todo y me voy? No tengo a nadie que me extrañe ni que me necesite, mi trabajo es una porquería que puede hacer cualquiera. Pero si, yo me voy, si esto es lo que yo quería hacer. Lo quise hacer siempre, desde que era un pibe y leía novelas de guerra. Sí, sí, se acabó”.

Y así pasó un largo rato sin darse cuenta de la hora. Sólo salía de su abstracción para releer la nota y ver si le daban los plazos. “Ponele que me tome una semana para dejar el trabajo y quizás dos para arreglar con la inmobiliaria”. Hacía cuenta con los dedos y todo le cerraba. Incluso pensó en sus horros, estaba medio flojo de plata, pero nada que no se pudiera solucionar.

El mozo, por tercera vez se acercó a la mesa. Le estaba por cobrar pero al ver la cara de entusiasmo no pudo aguantar preguntarle que le pasaba. Él, sin reparos, le contó al desconocido todos sus planes. Dejar todo, e irse a la guerra.

- Sí, claro- Le respondió el mozo con un dejo de ironía.

Esta respuesta, nunca supo porque, fue como un cachetazo que lo despertó y volvió a pensar en ella. Sí, ella, casi la había olvidado. “La tengo que esperar”, se dijo. Ella era una ilusión, por supuesto. Era una mujer comprometida que un día, por pura maldad, le dijo “vos esperame, que va llegar un tiempo en el que estemos juntos”.

“No puedo ir. Que tonto fui, como pude pensar todas esas pavadas y olvidarme de ella. Además tengo trabajo en la oficina y no puedo dejarlo”. Y así, mirando el piso salió por la puerta de vuelta a la calle.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Mi primer libro (?)

"Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero, por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de la sociedad"

Roberto Arlt. Prologo de Los Lanzallamas

Cuando leí esa frase no pude no sentirme identificado con las personas que describe Arlt. Peor aun, yo ni siquiera me puedo llamar a mi mismo escritor, aunque intento con escaso resultado publicar algo cada tanto. Además, y en secreto claro, de vez en cuando agrego unas líneas a esa interminable novela que empecé hace rato.

A veces siento que tengo una idea, que hasta parece buena, pero como casi siempre se dan en lugares donde no puedo escribirlas (un colectivo, mi cama por ejemplo), me digo “mejor le doy forma y después la escribo”. Eso me pasa siempre pero está claro que cuando las repaso una y otra vez me doy cuenta que no era tan brillante, ni siquiera era buena.

Pero ojo, cuando todo parece perdido leo a Gabriel García Marquez decir que una novela le puede llevar 19 años. Así que preparense, un día de estos te clavo un best seller (?)


jueves, 20 de enero de 2011

Recuerdos de un cajón viejo

Este texto lo encontré revolviendo papeles en la casa de una persona fallecida hace unos meses. A raíz de esto acompañe a una de sus hijas a sacar las fotos, los libros, y demás cosas. Lo que viene a continuación está escrito en un la parte de atrás de un sobre, como hecho a las apuradas. Son las impresiones de un joven recién salido de la Colimba. El mismo está fechado en 1983.

Mi baja del servicio militar ha sido muy reciente (12-11-83) por lo que las vivencias al respecto se encuentran muy frescas en mi memoria. Ha sido una de las peores experiencias que he sufrido en mi vida. Estuvo signado por el atropello y la mala educación en el trato de mis superiores. La negligencia, irresponsabilidad e ignorancia en cuanto a la instrucción militar que debía recibir los dos primeros meses de mi incorporación. Y por último, el período de mi destino, debí realizar funciones de mucamo de un coronel que nada condice con mi condición de soldado.Creo que todo esto ha agregado sólo un sentimiento en mi carácter: el resentimiento.

El único aspecto rescatable y que vale la pena destacar es la camaradería existente entre mis compañeros, aún en el ambiente de injusticia y prepotencia cotidiana que se vivía.

Me fue muy difícil creer lo que ocurría a mí alrededor. Mis estudios en Administración de Empresas han imbuido en mi carácter un signo netamente eficientista y que era contrariado en todo momento en el Ejercito: tiempo perdido al por mayor, desconocimiento total de las técnicas modernas (la instrucción que debía recibir se orientaba al tipo de guerra provocada en el mundo en los años ´40), dedicación de sermones completos a aprender la técnica del "desfile", etc.


domingo, 26 de diciembre de 2010

El próximo posteo

Todo el fin de semana pensando qué escribir. Si, me la pase dos días maquinando ¿Un saludo por navidad y fin de año? no, pésimo, muy trillado, además esto es un lugar de culto y no va a pegar (?). Descartado. A ver ¿y si escribo eso que tenía más o menos armado en la cabeza sobre ella? mmm tengo mis dudas, pero bueno, lo empiezo y veo cómo queda. No, muy malo, además no salió nada de lo que tenía planeado. Una idea menos. Bueno, ya fue, me voy un rato a lo de un amigo y después la sigo acá.
Ahora, me parece que ahora sale. Si tengo una idea que está bien. Nada extravagante pero bien. Si es sobre eso que quiero hacer pero que nunca lo hago, por una u otra razón. Me voy a hacer un café y lo armo. A ver, uhh mira lo que escribió este vago en twitter, ¿a ver qué es esto? ¡ahh que buen video! ¿Qué será de los pibes de LR! quedará alguno por acá? Groso, post sobre los bluffs del fútbol. Uh si, este Denilson, que ladrón ¿Las 9 ya? Me voy. Uy el post, que boludo. Bueno voy y mañana lo escribo. Aunque ahora que lo pienso, era bastante mala la idea, si si, mejor que no lo hice.

Y así se pasan gran parte de mis días.