sábado, 9 de octubre de 2010

Día II

Soledad era independencia (…) Era fría, es cierto pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande…

H.H. El Lobo Estepario

Salvador, que estaba leyendo un poco mientras esperaba la comida, había decidido ir a ver a su hermano. Esa noche tocaba en un lugar pequeño, cerca de su casa. Había hablado con alguien para ver si iban juntos pero éste había dicho que no, que tenía cosas que hacer. Iba solo.

Mientras terminaba el artículo, sobre temas políticos, nada nuevo, llegó su vaso de cerveza y su comida. No le duró demasiado. No es que lo devoró, sino que la porción no era muy generosa. Se levantó y dio el último sorbo de cerveza.

Se cerró la campera y caminó las pocas cuadras que le faltaban para llegar al lugar. Cuando entró, el espacio le pareció demasiado chico. Estaba empezando una banda que no conocía y que no le gustó. En ese momento se sintió raro. Todo el mundo disfrutaba de algo que a él lo aturdía.

Salvador siempre había estado relacionado con el mundo de la música. Sus hermanos tocaban diferentes instrumentos desde chicos. El sólo escuchaba, todo el día, un poco de todo. Pero a veces, cuando estaba frente a algo extraño, como esa banda, no lo terminaba de comprender.

“Estos pibes ven arte, donde yo no la puedo ni siquiera imaginar” le había comentado un amigo un par de días antes. Y era así. Salvador, en cambio, era de gustos más sencillos. No rústicos, sino más sencillos.

Antes, intentaba posturas. Pretendía que le gustaban cosas que ni siquiera comprendía. Lo intentaba, muchas veces de forma sincera. Ya no.

Y ahí, en el medio de toda esa gente, que bailaba y aplaudía, él con las manos en los bolsillos de su campera de marca, se sintió sólo. Y ojo, le gustó.

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